Nunca nada es blanco o negro, y menos en el campo. Siempre se ha querido usar la medida del polen en la atmósfera en cada floración, como un índice de la cosecha de ese año. Pues obviamente, tenía cierto peso la variable, pero no tenía una correlación absoluta ni mucho menos. Quiere esto decir, que mucho polen en el aire, no es sinónimo de alta cosecha. Si no hay flores, no hay polen, y no habrá aceituna, cierto es. Pero existen otras muchas variables.
Los acebuches de las zonas forestales también emiten polen a la atmósfera, polen que es indistinguible en los recuentos al del olivo.
Con temperaturas bajas en floración, la floración es escalonada y no se alcanzan picos altos de polen en la atmósfera; se tiene en cuenta la integral de polen en toda la floración, y no los picos puntuales.
Del mismo modo, episodios de altas temperaturas previos a la floración, hacen que se sumen rápidamente las horas de calor que el olivo necesita para florecer, y florezcan a la vez comarcas a distintas cotas, lo que conlleva unos niveles altísimos de polen en la atmósfera, que es lo que ocurrió el año pasado. Pero si bien el polen ha salido a la atmósfera, puede que esas calores, hayan dañado las estructuras femeninas de la flor, o el status hídrico del suelo, lo que al final, repercute negativamente en la cosecha.
El tiempo húmedo provoca que el polen no vuele, lo que no es sinónimo de falta de cosecha, ya que la mayoría de la aceituna, se auto fecunda.
En el olivo, existen flores masculinas y flores hermafroditas, ambas productoras de polen. Podría darse el caso, de una alta floración pero de flores con poca fertilidad (un año en el que tocase cosecha, pero que el invierno y la primavera fuesen secos), por lo que tampoco correlaciona bien mucho polen en la atmósfera con mucha cosecha.
Podemos decir que lo que más te da una idea por estas fechas de la cosecha potencial es el número de flores fértiles: las flores que ya traen la “aceitunilla“.