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El olivo tiene un comportamiento respecto al agua muy diferente al de la mayoría de cultivos, pues desarrolla sus mayores esfuerzos fisiológicos no en verano, sino en primavera y otoño. La mayoría de las plantas cultivadas provienen de climas en los que en verano se producen precipitaciones con más o menos frecuencia, ya sea clima tropical, monzónico o atlántico. El clima mediterráneo como tal es aquel en el que las precipitaciones se centran en las estaciones templadas y frías, siendo muy escasas en la estación cálida. Las plantas de clima mediterráneo han evolucionado para soportar veranos con altas temperaturas y poca humedad en el suelo.
La viña procede del clima mediterráneo, pero es una planta de ribera, que ha evolucionado en ambientes de humedad edáfica permanente, de ahí que reaccione muy bien a los suelos profundos y al riego en verano.
El almendro y el pistacho aunque son de clima mediterráneo, en realidad lo son de un clima con tintes más esteparios, con inviernos fríos y precipitaciones irregulares más repartidas a lo largo de todo el año que en el clima mediterráneo como tal, por lo que responden medianamente bien al riego de verano.
El olivo sin embargo, evolucionó en climas de inviernos no muy fríos, con otoños y primaveras relativamente lluviosos y de temperaturas ideales para el desarrollo vegetal, siendo la estación más adversa el verano, cuando ni las temperaturas ni la humedad acompañan a la fisiología de la planta. El olivo debe de tener garantizada la humedad en el suelo, principalmente en los momentos fisiológicos clave, no habiendo mucha repercusión productiva cuando hay humedad de sobra en el suelo en los periodos de baja actividad fisiológica.
Momentos fisiológicos clave
Los momentos fisiológicos clave en el Olivo son: brotación, floración y cuajados. Vamos a verlos uno a uno.
Brotación del olivo
El olivo brota a finales de invierno
Floración
El olivo florece a finales de primavera
Cuajados
A comienzos de verano
Primera fase de crecimiento del fruto (división celular). Hasta mitad de verano.
La segunda fase de crecimiento exponencial del fruto, con la acumulación del aceite, suele producirse a finales de verano, durante todo el otoño y cesando a comienzos de invierno:
Siempre existirán pequeñas variaciones que se producen por la variedad, microclima, suelo, etc. En años de cargas medias a bajas, también se produce crecimiento vegetativo en otoño. En invierno, la actividad metabólica del olivo es mínima aunque no nula, pues la radiación solar y las temperaturas son bajas; la humedad del suelo no suele ser limitante. En verano, la radiación solar es alta, excediendo la capacidad de asimilación. Las temperaturas máximas diurnas del verano, frecuentemente superan los umbrales fisiológicos en los que las plantas pueden producir biomasa. En adición, la humedad del suelo es baja, suponiendo un gran esfuerzo metabólico para las raíces, extraer el agua que demanda la evapotranspiración de la parte aérea.
El olivo ha evolucionado en el clima mediterráneo, y generalmente, se cultiva también en clima mediterráneo. Por lo tanto, el riego en el olivo hay que entenderlo en base a las siguientes premisas:
- como una forma de compensar la alta variabilidad intra e interanual que hay en las lluvias en el clima mediterráneo.
- como una forma de poder soportar las grandes demandas hídricas de plantaciones modernas con grandes volúmenes de copa por hectárea, debido a un alto número de olivos por hectárea.
Frecuencia recomendada
Para hablar de la frecuencia recomendada de riego en los olivos, diríamos que el objetivo del riego sería garantizar una humedad suficiente en el suelo, durante los momentos fisiológicos clave, que ocurren principalmente en primavera y otoño. En invierno y verano, el suelo tiene que tener sólo cierto grado de humedad que no haga que la planta se deshidrate de forma excesiva.
La respuesta al riego del olivo, es alta en los periodos fisiológicos clave, aún con cantidades de agua aportadas en el riego, bajas. Existen grandes incrementos productivos cuando se aportan pequeñas cantidades de agua en momentos fisiológicos clave, pero estos incrementos productivos respecto al agua aportada, descienden estrepitosamente cuando el riego se produce fuera de los momentos fisiológicos clave o se aportan cantidades altas de agua: llega un punto en que no por más regar vamos a obtener mayor producción.
El riego en el olivar, al tener el cultivo en el propio clima mediterráneo, hay que entenderlo siempre combinado con la lluvia y la humedad que tenga el suelo. En invierno, sólo suele ser necesario regar algo en climas desérticos, para mantener una humedad mínima. En climas mediterráneos, si el sistema de riego empapa un gran porcentaje de la superficie del olivar, y el suelo tiene gran capacidad de almacenaje de agua, por ser profundo y franco arcilloso, puede ser interesante regar en los inviernos que sean muy secos como forma de recargar las reservas hídricas del suelo de cara a la primavera.
En primavera, el olivo tiene que estar en condiciones de hidratación muy cercanas al máximo.
En la naturaleza, una primavera seca provoca que el olivo se prepare para un verano de gran estrés hídrico, reduciendo sensiblemente el crecimiento vegetativo y la fructificación, para disminuir la futura demanda hídrica. Por lo tanto, desde un punto de vista económico, el estrés hídrico en primavera provoca descensos graves en la producción, lo que hay que evitar a toda costa. En primavera, el contenido de humedad en el suelo debe de ser relativamente constante y alto. Dependiendo de la pluviometría, tipo de suelo y de la poda del olivar y densidad de plantación de olivos, así será la programación de riego.
Olivo de secano que ha sufrido un fuerte estrés hídrico en las fechas de floración, debido a escasas lluvias en invierno y primavera. El olivo ha abortado todas las flores y la cosecha será nula.
En verano, como hemos comentado, en el olivar hay que mantener en el suelo un contenido de humedad suficiente para no provocar en la planta un gran estrés hídrico, que provoque el arrugado de hojas y frutos. Cuando el olivar se sitúa en suelos poco profundos, en zonas de veranos cálidos y con gran volumen de copa por hectárea, requerirán riegos frecuentes y abundantes. En cambio, en olivares con suelos profundos, buenas pluviometrías en primavera, veranos no muy cálidos y de bajo volumen de copa por hectárea, bien por ser una plantación muy joven o por ser olivos con un marco muy amplio y tamaño moderados de copa, hay veces que en verano no es prácticamente necesario regar.
Olivo manifestando fuerte estrés hídrico a comienzos de verano, cuando el fruto está en la fase inicial de crecimiento intenso. Los frutos no desarrollan el hueso a su tamaño, y aunque en otoño el olivo reciba un suministro adecuado de agua, la cosecha será escasa pues estos frutos no alcanzarán nunca buen tamaño.
Aceitunas a mediados de verano con cierto grado de deshidratación. Este estatus hídrico en estas fechas no repercute negativamente en la producción. A finales de verano cuando el olivo se rehidrata, continuará con normalidad el desarrollo del fruto. Se puede observar que el fruto es de buen tamaño, debido a que la hidratación del olivo ha sido satisfactoria en la fase de crecimiento inicial del fruto.
A partir de finales de verano, en el clima mediterráneo, ocurren precipitaciones convectivas, lo que coloquialmente se conocen como “tormentas de verano”. A partir de estas fechas, el olivo está predispuesto a reaccionar enérgicamente a una generosa humedad en el suelo, creciendo tanto frutos como brotes, dependiendo del nivel de carga. Desde finales de verano, el estatus hídrico del olivo debe de ser similar al de la primavera, pues se está produciendo el mayor crecimiento del fruto, acumulación de aceite y crecimiento vegetativo. Un estrés hídrico importante, conlleva que no engorde del fruto, lo que impacta negativamente en la producción del olivar.
En otoños en los que la precipitación no aparezca, a finales de verano los riegos deben de ser relativamente generosos.
Olivo de secano en un año en el que se retrasaron las lluvias de finales de verano, con la consecuencia de la senescencia de los frutos como estrategia vital de supervivencia del árbol, lo que supone la pérdida total de la cosecha. Con el riego podemos evitar estas situaciones.
Cuando se produzcan lluvias, el riego se debería reanudar sólo si el olivo comienza de nuevo a manifestar síntomas de estrés hídrico.
No hay unas pautas concretas y con fechas cerradas de riego en el olivar. La cantidad y distribución del riego va a depender de:
- Climatología de la zona en la que esté el olivar y del año de que se trate.
- Tipo de suelo en el que esté situado el olivar.
- del tipo de instalación de riego: número de goteros por olivo, caudal, etc.
- Volumen de copa de la plantación.
Conclusión
Se debe de regar según estatus hídrico del olivo, no según calendario, como puede ser el caso en la mayoría de cultivos.
Como resumen, en otoño y primavera, no es aconsejable permitir niveles de estrés hídrico en el olivo, pues tienen una gran repercusión productiva.
En invierno y verano, se puede tolerar cierto estrés hídrico en el olivo, y se regará en consecuencia. El riego en el olivo preferiblemente debe de ser bastante espaciado en el tiempo, basado en riegos importantes de varias horas, salvo en suelos poco profundos.